sábado, 9 de febrero de 2013

Un viernes cualquiera

          Creo que a ninguno de nosotros se nos olvida el primer brote. Ese que te marca, que te cambia de por vida. El mío fue un viernes, 25 de enero para ser más exactos. Se acababa el mes, la semana... pero, para mí, comenzaban los problemas.


          Aquella mañana, al levantarme, noté que me mareaba, que no veía del todo bien. Dos horas más tarde ya veía totalmente doble. Yo sabía que algo no iba bien pero trataba de autoconvencerme de que no era nada: el estrés, la miopía... cualquier cosa para no ir al médico. Dejé pasar el fin de semana; tenía planes y no iba a modificarlos por esa tontería. La siguiente semana comenzaba igual, la dipoplía seguía conmigo y ya empezaron las visitas médicas. Primero a la óptica, luego al oftamólogo... pero no era de la vista. Todo se complicaba.

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